Casta de Héroes
Bolognesi.
Insigne apellido que se encuentra íntimamente
ligado al vocablo HEROISMO, apellido que fue esculpido a sangre y fuego
en la Guerra del Pacífico. Sin embargo, no hubo un solo Bolognesi en
esta cruenta guerra, y como dice el viejo y conocido refrán “De casta le
viene al galgo”.
San Juan 13 de enero de 1881.
El
crepitar de miles de fusiles y docenas de cañones vomitando fuego y
plomo destruye la calma reinante de la pampa. La muerte, aullante y
frenética, se hastía de almas de uno y otro bando.
En la línea
peruana, en un improvisado reducto artillado, un joven teniente de
infantería, grita enronquecido dando órdenes y ánimos a la escasa tropa
a su cargo. Tiene la cara enrojecida y la garganta inflamada.
Repentinamente una ráfaga de proyectiles lo derriba. Al comienzo no
siente dolor, tampoco le importa, se yergue sin siquiera observar que su
chaqueta empieza a empaparse de sangre y sigue dando órdenes y
disparando en contra de las fuerzas enemigas que poco a poco, siguen
ganando terreno, pese a la porfiada resistencia peruana. Algunas
trincheras yacen silenciosas ante la falta de soldados que sostengan
los fusiles, muchos yacen muertos otros han huido ante el terrible final
que les depara si llegan a ser rebasados por las fuerzas chilenas.
Pronto, la trinchera del jovenzuelo se convierte en el objetivo de
muchos soldados sureños que dirigen sus descargas hacia esta. El
imbatible muchacho, ahora sí, con un franco dolor en el pecho que le
quita el aire por momentos, vuelve a ordenar el fuego en contra de las
líneas contrarias. El honor del soldado se mide en la forma como
enfrenta al enemigo, un oficial de tropa va delante de esta, mostrando
el pecho en una actitud por demás desafiante, sabedor del destino
funesto que le puede deparar un acto tan osado. El joven, ya tosiendo
sangre, emerge nuevamente por encima de la trinchera arengando a sus ya
desfallecidos camaradas cuando una nueva descarga lo alcanza y un
proyectil lanzado por la artillería contraria, explota a pocos pasos de
herido combatiente, destrozándole los huesos de una pierna.
Ya no
puede más, aunque quiere gritar y quiere seguir combatiendo, su frágil
cuerpo no le responde, las lágrimas se le escurren por las mejillas
debido al lacerante dolor que ahora lo carcome. Sus hombres deciden
retirarlo rápidamente del campo de batalla pues saben que cuando la
trinchera sea conquistada, sólo le espera una fría bayoneta en el
abdomen o la culata de un fusil en la cabeza.
Este valiente responde al nombre de Augusto Bolognesi Medrano.
Ese mismo día, a la misma hora, en las inmediaciones del cerro Santa
Teresa, otro muchacho, Capitán de Artillería, despliega el mismo ímpetu y
fervor cuando los fuegos se rompen. Como un león dirige los disparos de
una pieza de artillería sobre la infantería enemiga que, como una masa
ondulante, se acerca a la base de las colinas defendidas por jóvenes e
inexpertos soldados peruanos. El joven Capitán, ya ronco de tanto
bramido para hacerse oír por encima del descomunal estruendo del campo
de batalla, repentinamente siente un terrible latigazo en la cabeza que
lo hace perder pie y caer de espaldas dentro de su batería, los
defensores bajo su mando, se abalanzan sobre él temerosos que haya sido
herido mortalmente. El oficial, tambaleante aun, siente como la espesa
sangre le resbala por el rostro y el cuello. Adolorido pero con el ánimo
a tope, vuelve a impartir órdenes a sus subalternos para que prosigan
el combate. De pronto, una falla en el cañón de su batería hace que este
estalle y una nueva herida se abre en su cuerpo. Ya no puede más,
aunque no son de gravedad, el dolor y la pérdida de sangre hacen
estragos en su organismo. Malherido y viendo que la línea defensiva de
San Juan ha sido ya rebasada en varios sectores, el joven Capitán,
apesadumbrado, se retira hacia Miraflores.
Allí es atendido y
sus heridas curadas aunque le aconsejan que tiene que reposar pues éstas
pueden abrirse al menos esfuerzo. El oficial agradece las atenciones
pero ya busca un lugar en los reductos de Miraflores para batirse
nuevamente. La espera es muy corta. El 15 de enero de ese mismo año,
descargas de fusilería desencadena la última batalla por la capital
peruana. Nuevamente, la muerte se regodea en medio de la carnicería. Los
batallones chilenos son repelidos inicialmente, pero sus reservas
superan en número a las tropas peruanas.
El joven oficial, a
cargo de otra batería artillada, agota su parque y toma un fusil,
introduce bala tras bala en la recámara y dispara sobre las tropas
araucanas que se lanzan a la bayoneta; a su lado, los defensores de la
reserva peruana caen uno tras otro alcanzados por el mortífero fuego
rival. Sus heridas, antes curadas, se han vuelto a abrir y la pérdida de
sangre se hace evidente, pero eso no le importa, primero la patria. Al
muchacho finalmente, una bala le atraviese la pierna, trastabilla,
aprieta los dientes y sigue disparando obstinadamente, cuando un
proyectil lo hiere mortalmente en el cuello. Suelta el fusil y la sangre
sale a borbotones por la herida. Los pocos hombres a su cargo, con
mucho cuidado lo retiran del casi perdido campo de batalla.
Este valiente responde al nombre de Enrique Bolognesi Medrano.
Augusto y Enrique son hermanos, hijos de Francisco Bolognesi Cervantes.
Enrique es trasladado a la casa de su tío Mariano Bolognesi, donde ya
se encuentra agonizante el pequeño Augusto. Ambos, fueron atendidos
diligentemente pero sus heridas son de necesidad mortal y su familia,
acongojada y destruida, sólo espera que el hálito de la vida abandone
sus castigados y endebles cuerpos.
Cuentan que el día 17 de
enero de 1881, cuando los batallones chilenos entran triunfantes a la
capital, una de sus bandas de músicos pasa tocando una tonada militar
por la calle donde se encuentra la casa donde, ardiendo en fiebre,
agonizan ambos hermanos.
Cuentan que Enrique, al escuchar las
trompetas y tambores, se levantó desesperado y preguntó “¿han entrado
los chilenos?”. Su tía trata de calmarlo diciéndole que sólo son bandas
de músicos peruanos, pero Enrique reconoce la tonada y replica “¡Esa
música infame la he escuchado en Tacna, Dios mío!” (Enrique había
combatido en la Batalla de Tacna o del Alto de la Alianza)
Y
cuentan que en el cuarto contiguo, en ese mismo instante y ante la
tonada de la banda, Augusto abrió los ojos y delirando se arrojó de la
cama gritando “¡Carguen, fuego, a la bayoneta!”.
Enrique murió el 23 de enero, tenía 21 años.
Augusto fallece el 27 de enero, tenía 17 años.
Eso es amar a la patria, amor a nuestro Perú. Aprendamos a dar lo mejor
de nosotros para seguir construyendo nuestro país. La sangre de estos
jóvenes junto con la de miles de soldados peruanos empaparon y forjaron
los cimientos de nuestra actual sociedad. Que su sacrificio no sea en
vano.
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Un par de datos:
Desencadenada
la guerra con Chile y luego del sacrificio de Bolognesi y sus tropas en
el Morro de Arica y ya con las fuerza chilenas camino a la capital desde
el Valle de Lurín, Federico, Enrique y Augusto se disponen a defender
la ciudad. Como antecedente, hay que señalar que Enrique había
participado en la Batalla de Tacna (días antes de la Batalla de Arica)
de donde logra retirarse llevándose un pequeño cañón a lomos de una
mula. Después de un viaje extenuante y penoso, llegó a Arequipa donde se
entera de la muerte de su padre, viajando inmediatamente a Lima para
enfrentar al ejército sureño que ya había iniciado la Campaña contra la
capital peruana.
HEl mayor de los hermanos, Federico Bolognesi
Medrano,
había sido asignado a una batería del Cerro El Pino,
distante a unos pocos kilómetros del campo de batalla desde donde los
cañones allí apostados, rugían lanzando proyectiles en contra de la
imparable infantería chilena que atacaban las trincheras y baterías
peruanas. El sobrevivió a la guerra.
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