El Comandante Espinar
¿Quién no ha transitado alguna vez (o muchas) por la avenida
Comandante Espinar de Miraflores?
¿Quién no la ha cruzado, de ida o de vuelta,
para ir hacia Pardo o hacia el Óvalo Gutiérrez?
Pero… ¿ se han preguntado quien es realmente, el Comandante Espinar?.
Pues bien, su nombre completo era LADISLAO ESPINAR CARRERA,
cusqueño hasta el tuétano, de carácter belicoso, impetuoso y arrogante que le
granjeó muchas enemistades, participante entusiasta en el Combate del Dos de
Mayo y como era de esperarse, también de la Guerra del Pacífico. En dicha
contienda, Ladislao Espinar fue destacado al teatro de operaciones del sur
peruano, específicamente, en la región de Tarapacá en donde alcanzó la
inmortalidad en el año 1879, un día como hoy, 19 de noviembre, en la Batalla de
San Francisco.
Esta batalla fue bastante confusa y se inició de manera
sorpresiva, cuando las tropas peruano - bolivianas recuperaban fuerzas de las
duras marchas a través de los yermos parajes del entonces sur peruano. Las
fuerzas chilenas se habían posicionado en unas estribaciones en la región de
Tarapacá que fueron atacadas de forma desordenada por nuestros soldados.
En los momentos finales de la batalla, desfavorable para los
peruanos (ya las tropas bolivianas se habían retirado hacia Oruro), Ladislao Espinar, comandando un grupo de
soldados dispersos, enfiló su ataque hacia una batería artillada en la cumbre
del cerro San Francisco, comandada por Juan de Cruz Salvo (aquel que intimase
la rendición a Bolognesi en Arica).
Montado a caballo, dirigía el asalto peruano cuando una bala
dio muerte al noble potro que, en su caída, lo hizo caer estrepitosamente.
Aunque adolorido por el fuerte golpe, el oficial cusqueño se levantó rápidamente y desenvainando su espada y al
grito de “¡Adelante, a los cañones, a los cañones!”, comenzó a ascender las
laderas del cerro, seguido de los soldados que aún pugnaban por alcanzar las
alturas dominadas por los artilleros chilenos.
Cada metro avanzado del ascenso fue mortífero, los proyectiles
sureños hacían estragos entre los peruanos que caían rodando hacia las faldas
del cerro. Pese a ello, el Comandante Ladislao Espinar y los ya pocos soldados que lo
rodeaban se acercaron de forma alarmante a la batería en donde el mismo Salvo,
hacía disparos de revólver en contra de los atacantes. Ladislao, con la cabeza
descubierta, con el uniforme cubierto de tierra y sangre y con las fuerzas al
límite, increíblemente se encontraba a pocos pasos de la batería, cuando una
bala le impactó en medio de la frente, frenando abruptamente su ímpetu y
muriendo en el acto.
El ataque de Espinar fue finalmente neutralizado. Los
soldados chilenos, una vez alejado el peligro pudieron ver el reguero de
cuerpos que había dejado el infructuoso asalto peruano. Al llegar al cadáver de
nuestro héroe, éste aún empuñaba con fuerza la espada con la cual había
dirigido a los hombres que, valerosamente, murieron a su lado.
Una tumba en el cerro San Francisco y una descarga cerrada,
fue la honorable despedida que le dieron los mismos soldados chilenos a sus
pares peruanos, que les reconocían con este gesto, el valor y el sacrificio,
representado heroicamente en el valiente
oficial peruano, el Comandante Espinar.
Comentarios
Publicar un comentario