Rabonas
A lo largo de la Guerra del Guano
y del Salitre, se desempeñaron unos personajes, que si bien es cierto, son mencionados
en la historia peruana, pocos autores han profundizado en más detalles, sin
tomar mucho en consideración que los servicios que prestaban eran más que
indispensables para los soldados peruanos y bolivianos.
Les decían Rabonas.
El denominativo como pueden
entenderlo, se debe a que viajaban siguiendo a los ejércitos y en su mayoría, estos
grandes grupos de mujeres, estaban compuestos por las esposas de los soldados
que marchaban a la batalla. En muchos casos, éstas viajaban con sus hijos y
diversos utensilios que, en el momento preciso y oportuno, eran necesarios para
calmar el hambre, la sed y amenguaba la soledad de sus cansadas parejas.
Las Rabonas, no eran enroladas,
no tenían paga, no tenían trato preferencial por su condición de mujer. Comían
de lo poco que obtenían sus parejas y tenían que compartirlo con sus hijos
pequeños, de ser el caso. Si escaseaba el alimento, no tenían reparos en robar
alguna gallina o meterse en algunos campos de cultivo para proveerse de lo
necesario que complemente la ración de sus hijos como la de su hombre.
Estas mujeres venían a ser el
sistema “logístico” de la tropa. El trabajo que tenían, al menos durante las
marchas, era el doble de arduo, ya que, además de las largas caminatas, cuando
las tropas se detenían para descansar, éstas tenaces mujeres preparaban los
alimentos, remendaban los trajes y zapatos de los hombres y atendían
solícitamente a aquellos aquejados por cualquier dolencia.
Las cosas no cambiaban mucho
cuando los soldados entraban en batalla. Las Rabonas eran dirigidas a la
retaguardia, pero muchas de ellas, cuyos esposos entraban en combate, se
precipitaban al campo de batalla y se mantenían a poca distancia, cargadas con
hijos en ocasiones, arriesgando sus vidas pero siempre pendientes de aquellos
hombres a quienes les habían jurado amor incondicional.
Muchas vieron caer heridos y
otras vieron morir a sus esposos y compañeros. Desafiando las balas se lanzaban
sobre el caído, tratando de darle las máximas atenciones cuando las lesiones no
eran de consideración y alejarlos del campo de batalla, sabedoras del cruel
destino que les esperaba si eran hallados por los soldados enemigos. En cambio,
cuando las heridas eran mortales, los ayudaban a cruzar el umbral de la muerte,
llenándolos de besos y de lágrimas, humedeciendo labios sedientos y resecos,
mientras que la vida se escapaba de esos cuerpos maltrechos y fatigados.
Algunas incluso, tomaban las
armas de los soldados abatidos y se enfrascaban en un implacable tiroteo con
las tropas contrarias, muriendo muchas de ellas y equiparándose con los
valientes soldados a los que seguían incansablemente.
Eran fuertes, valientes,
corajudas y a prueba de todo y es así como tienen que ser recordadas. No eran
el “furgón de cola”, no eran el “rabo” del ejército. Eran el motor, eran los
pistones de la tropa, sin ellas, la moral de los hombres caía rápidamente. Un
ejército sin rabonas era un medio
ejército, un ejército incompleto.
El héroe no es exclusivamente
aquel que realiza un acto extraordinario y fuera de lo común. Héroes son todos
aquellos que enfrentando a sus miedos, encaran la adversidad y la amenaza,
vencen los instintos humanos más primarios y aceptan un destino incierto y
fatal.
Estas mujeres, merecen un
pedestal en la historia, no detrás de los caídos… sino al lado de ellos.
Aunque el calificativo de
“Rabona” no tenga una fonética muy agradable (peor aún, solo entren en internet
con el dichoso calificativo y lo primero que van a encontrar son temas
relacionados al fútbol) su significado va más allá, es sinónimo de empuje,
determinación, lealtad y sobre todo de amor… muchas hicieron valer hasta el
infinito la consabida frase, imagino conocida por todos que, seguramente, ha
ido cambiando con el tiempo pero cuya esencia jamás cambiará:
“…me entrego a ti y prometo serte
fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y
así amarte y respetarte todos los días de mi vida…”
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